Elegí estudiar hambre. Jamás he sido bueno a la hora de tomar decisiones. La causa de que sea así me llegó muy claramente mientras veía la genial película Mr. Nobody, donde se expone que una vez hecha la decisión, es imposible deshacerla. Es una idea muy simple, pero nunca había reparado en que esto generase mi indesición constante. Así pues, la elección niega las posibilidades, dictamina el mundo que viviremos, y una vez ahí es imposible salir. Además de esto, hay que tomar en cuenta las condiciones en que las desiciones mortales se ejecutan: la finitud de nuestras capacidades cognoscitivas e intuitivas, además de que las variables del mundo físico y social, son en muchos casos, indeterminables. De hecho, considerando todo esto, me sorprende que no todo el mundo sea como yo. Pero quizá las implicaciones de la indesición, la determinación y las variables del universo, sea un tema que requiera una entrada aparte.
Volviendo a la cuestión, me encuentro estudiando hambre, probablemente sea porque de una forma u otra me dirigo a la destrucción; si el mundo me ha de aniquilar de todas formas, ¿por qué pretender que tengo algún control? ¿Por qué he de negarme a mi destino final?
De igual modo, esta vida nos procura una increible cantidad de dolores, malestares, tragedias, desgracias y horrores; en el mejor de los casos aspiramos a no padecer muchos, o a padecer los más livianos de ellos, y esto ya es una bendición de los cielos.
También hay que considerar que el destino de las personas no está precisamente regido por lo que hacen en su vida, yo podría estar estudiando medicina e igualmente morir atropellado mientras degusto mi café con leche. Pero hay algo, una mentalidad social, de la masa; la masa que se mueve hegemónicamente a través de la psique de los sujetos y tiene vida como un organismo que eclipsa. La mentalidad de la masa, en su pesado movimiento ha aplastado a las carreras que aparentemente menos procuran para la "vida productiva". Son ingenuos, sabemos eso varios de los que estamos de este lado, pero igual no hay mucho que hacer, así se maquilan las cosas desde ya algún tiempo. La mentalidad hegemónica dota a nuestras carreras una buena dosis de desprecio y, mientras, encumbra las carreras productivas.
No sólo eso, el sistema también nos obsequia esta condición. Entonces también tenemos a la -digamoslo así- parte "legislativa" de la vida, en nuestra contra. No importaría mucho si sólo la masa nos despreciara ("a palabras necias, oidos sordos"); pero no es ese el caso, nuestro perfil en la gran mayoría de los casos, sólo podrá ser bajo. Cierto es que destacando de los demás, podemos conseguir un buen estatus, quizá vivir con lujos, pero eso en contadísimos casos. Vuelvo a poner la comparación con otras carreras en las que te encuentras gente de buen estatus cada dos por tres.
Pero aquí estamos, yo, como conocedor de las formas que puede adquirir la vida y siguiendo los pasos de Schopenhauer, pretenderé una vida con la menor cantidad posible de sufrimientos. Si igualmente la vida me depara dolores desconocidos, ¿por qué no decir, al menos que pude estudiar lo que me gustaba? Y por otro lado, ¿vale la pena ganar mucho dinero, tener fama y fortuna, si estoy atado a la condena de cumplir inexorablemente con actividades que se sienten tan mundanas y con horarios que al final consumirán todo mi tiempo, sólo para después hacer lo propio con mi vida?
Por indeciso que sea, al menos sé qué es lo que no quiero.
Al final, siendo las cosas así, es un gusto estudiar hambre. Aunque probablemente mi orgullo dure hasta que la miseria toque mi puerta y me ponga de rodillas a pedir por mi alma.
Pero hoy no es ese día.